sábado, 5 de diciembre de 2009

Los nuevos intocables

La República
Vie, 28/11/2008
Alberto Adrianzén M. (*)

Es evidente a estas alturas que la crisis del capitalismo mundial ha (re)introducido (porque existían en el pasado) dos viejos temas: la presencia del Estado en la economía y la regulación económica. Ambas políticas fueron desarrolladas luego de la crisis de los años 30. Sin embargo, como en el pasado, falta un tema crucial: qué hacer con los ricos. Hasta ahora poco se ha dicho sobre ellos y lo poco que se dice nos muestra que siguen gozando de privilegios. Los llamados salvatajes a bancos y empresas con un costo realmente inimaginable, y que uno podría decir que es todo el dinero del mundo, lo confirman.

El tema no es ocioso. La revolución (neo)liberal tiene dos pilares fundamentales: por un lado, la crítica al Estado y a la regulación de la economía (Hayek), y por el otro, el papel de los empresarios capitalistas como el motor del desarrollo (Shumpeter). La idea es que hay que dejar que funcione el mercado para que los capitalistas (estos seres egoístas, según Adam Smith) se enriquezcan y con ello toda la sociedad. Como ahora sabemos, eso no funciona. El capitalismo no se puede autorregular y menos crear riqueza para todos.

Sin embargo, existe un gran silencio o, como dijo alguna vez el argentino José Nun, una “espiral del silencio” (se refiere al silencio de la izquierda y de los académicos progresistas respecto al empleo de algunos conceptos como lucha de clases u otros) sobre este nuevo papel de los ricos. Este silencio (podríamos decir cómplice) los ha convertido en nuevos “intocables” y, por lo tanto, en los personajes ausentes en este drama mundial. Todos, palabras más palabras menos, hemos terminado por aceptar el discurso que nos dice que solo existen pobres y que éstos son tales porque tienen muchas carencias o bajos ingresos. La idea que la pobreza es producto de una relación social, económica o política, es decir, porque hay ricos, está, prácticamente, prohibida. Por ello, si los capitalistas, ahora convertidos en ricos, son los principales culpables de la crisis, la pregunta es simple: qué hay que hacer con ellos.

Si se analizan las dos grandes crisis mundiales capitalistas en este último siglo, hay dos características que se repiten: la ausencia de regulación de la economía (o ausencia del Estado) y el crecimiento explosivo de las desigualdades económicas y sociales. A ello se puede añadir, como sucedió en los EEUU, una reducción drástica de la sindicalización. Por ello no es extraño que el famoso New Deal del presidente Roosevelt se haya basado, justamente, en lo contrario: regular la economía; mayor presencia del Estado en la economía; reducir drásticamente la desigualdad social; e incrementar sustantivamente la sindicalización.

Sin embargo lo que importa subrayar, como bien dice Paul Krugman en su libro “Después de Bush” (2008), es que el New Deal fue una “igualación hacia abajo” al crear una amplia clase media y afectar a los ricos: “en el transcurso de ese periodo, los adinerados pasaron a ser significativamente más pobres de lo que habían sido al inicio del mismo. Y, en ese sentido, hay que entender esa mayor pobreza en su sentido literal, es decir, no como un empobrecimiento relativo, motivado por la imposibilidad de mantener constante el aumento de ingresos, sino como una considerable disminución, en términos absolutos del poder adquisitivo de los ricos. Efectivamente, a mediados de la década de 1950 los ingresos reales del 1% de estadounidenses más adinerados eran probablemente entre un 20 y un 30 por 100 menores que una generación atrás” (pp.51-52).

Me parece que de eso se trata: buscar una igualación hacia abajo, afectando a los más ricos. La frase de Víctor Raúl Haya de la Torre que dice que “no hemos venido a quitar riqueza sino a crearla” debe ser cambiada por otra que bien puede decir lo siguiente: “porque hemos venido a crear riqueza y una mayor igualdad para muchos, debemos afectar a los ricos”.

Los datos nos dan la razón. Un reciente estudio de la OIT muestra que en el lapso que va de 1995 a 2008 el salario en el Perú creció apenas un 1% (escuche, presidente García), y en la región el 0.3%, siendo el de A. Latina el incremento más bajo a nivel mundial; en verdad, todo un escándalo. No es extraño, en este contexto, que el número de ricos haya aumentado en el continente.

En los años 30 años el presidente norteamericano Franklin Roosevelt dijo a sus ciudadanos: “Ahora sabemos que un gobierno en manos del capital organizado es igual de peligroso que un gobierno en manos del crimen organizado”. Y eso es, justamente, lo que tenemos: un capitalismo mafioso, con gobiernos y políticos mafiosos, que solo han beneficiado a unos pocos, que han incrementado la desigualdad y el número de pobres, y que han convertido a los ricos en los nuevos “intocables”. En los amos y señores del universo. Por eso solo nos queda decir: “que la fuerza nos acompañe”.

(*) www.albertoadrianzen.org

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