domingo, 13 de diciembre de 2009

El capitalismo no ha muerto

El Comercio
27 de septiembre de 2008

Por Hugo Guerra

Aterrado lector, para intentar salir de la gran crisis financiera internacional hoy la humanidad debe pagar las consecuencias de la complicidad entre un puñado de especuladores y una élite de incompetentes reguladores del mercado, que han abierto solo en EE.UU. un forado no menor a los mil cien billones de dólares, provocando efectos planetarios de dimensiones aún imprecisas.

Frente a este descalabro se multiplican las voces de quienes claman que el capitalismo ha muerto. ¿Pero es eso cierto?

El padre del sistema, Adam Smith, ya advertía en el siglo XVIII que la esencia del capitalismo no está en el simple mercado sino en que "Todo hombre, con tal de que no viole las leyes de la justicia, debe quedar perfectamente libre para abrazar el medio de vida que mejor le parezca para buscar su modo de vivir y sus intereses; y para que puedan salir sus producciones a competir con las de cualquier individuo de la naturaleza humana".

Ese principio no se ha invalidado, como tampoco las obligaciones imprescriptibles del Estado respecto a proteger la soberanía nacional; administrar la justicia entre ciudadanos; y atender necesidades básicas comunes. No hay, además, razón para considerar perdida la vigencia de la propiedad privada de los medios de producción, los mecanismos del mercado y de los precios como medios de coordinación, y la maximización de los beneficios y de la utilidad.

El verdadero problema es la especulación, la búsqueda de beneficios desmesurados en el aprovechamiento de las fluctuaciones de los precios, sin comprometerse con la gestión de los bienes, servicios e interés de las personas. El delito es, así, de quienes olvidan la advertencia kantiana respecto a que la búsqueda de la riqueza tiene límites, porque "solo las cosas tienen precio, las personas no porque tienen dignidad"; los seres humanos son fines, no medios o instrumentos al servicio de otros hombres.

La inmoralidad de la maximización de las ganancias a cualquier costo y la conversión de este impulso en fuerza motora de la economía es una forma de especulación salvaje que debe combatirse; pero no con la búsqueda de modelos obsoletos como el socialista negador de la libertad individual, sino a través de antídotos específicos: restablecimiento cultural de los principios solidarios; enraizamiento de economías sociales de mercado; reforzamiento del rol contralor y regulado del Estado, la sociedad civil y los medios de comunicación; promoción de la pequeña empresa y de formas asociativas comunales generadoras de empleo; defensa de los derechos de la persona concreta (no solo del "consumidor"); exigencia a las empresas para que legitimen su acción productiva y transparenten sus finanzas; desaliento de la publicidad del hiperconsumismo; y sanción para quienes corrompen especulativamente el mercado.

El gran filósofo contemporáneo Jürgen Habermas, advierte que debe restablecerse una relación equitativa entre mercado, capital y consumidor porque si entre ellos no existen comportamientos éticos y respetuosos, la propia libertad humana estará en peligro. Nivel de riesgo al que nos han llevado los cuervos que manipularon impunemente desde las hipotecas hasta la bolsa estadounidense.

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