martes, 19 de enero de 2010

“Esta democracia es una suerte de apartheid político”


Por Nicolás Lynch
La República
13 de diciembre de 2009

Profesor principal de sociología en San Marcos y en la maestría de Ciencias Políticas de la PUCP, ex ministro de Educación en el primer gabinete de Alejandro Toledo y acucioso analista político, Nicolás Lynch acaba de publicar “El argumento democrático sobre América Latina”, libro que origina el siguiente diálogo.
Por Federico de Cárdenas

Señalas en la introducción de tu libro que partes de una profunda insatisfacción con las explicaciones difundidas, sobre todo desde los EEUU, de lo que es la democracia en América Latina.

–Sí. Creo que la ciencia política norteamericana ha luchado mucho por “ganarse la patente” sobre las definiciones democráticas y si hay alguna región donde su influencia ha sido muy clara es A. Latina. Nos han exportado una definición “barata” de democracia, un producto intelectual de tercera o cuarta categoría, que se reduce a lo mínimo y por lo mismo no satisface la aspiración democrática de la región. Lo que choca en la última década y media son estas democracias limitadas, con derechos individuales y políticos formales que van en pareja con el programa de ajuste económico neoliberal. Entonces, el problema democrático en la región no es que hayan aparecido gobiernos autoritarios o de corte populista, sino la insatisfacción con esta democracia que niega derechos sociales y cierra la posibilidad de avance a las masas que buscan un camino distinto y que, en algunos casos, lo encuentran en los gobiernos de izquierda o centroizquierda que, con variantes, surgen en América Latina.

–En el libro rescatas algo del populismo, o en todo caso no lo condenas en bloque.

–Hace más de diez años que hago una recuperación positiva del populismo, y no solo en este libro. Creo que la visión norteamericana de la democracia, que me parece elitista y antimayoritaria, sataniza al populismo. Pero la historia de la región demuestra que fue al revés, que con el populismo la política pasó de las élites al conjunto de la población, un salto muy importante en nuestro camino de afirmación democrática. Es verdad que el populismo se ha agotado como propuesta política, pero ocupó un lugar muy relevante entre 1940 y 1980.

–¿Cómo explicarías que mientras que el neoliberalismo está en retroceso en todo el mundo, en el Perú se reafirme y continúe operando?

–Bueno, somos un país con una larga historia de atrasos políticos. Habiéndose originado aquí el gran ideólogo del populismo y el gran partido nacional-popular –Haya de la Torre y el APRA– no llegaron al poder sino cuando ya habían traicionado sus ideales en todas las formas posibles –como lo señala Nelson Manrique en su reciente libro– y lo que tuvimos de populismo provino del sector castrense y fue tardío, cuando ya no se daban condiciones en el mundo para que un régimen como ese fructificara. Luego, cuando se producen las transiciones a la democracia, tenemos una temprana –la de Morales Bermúdez a FBT– es paradójicamente una transición conservadora, muy distinta a las del cono sur, de signo progresista. Esta transición, sumada al terrorismo y otras causas, motiva la regresión autoritaria de Fujimori, que ocurre cuando se afirma la democracia en toda la región. El fracaso de la segunda transición –más allá de la ilusión que hubo con Paniagua y el primer momento de Toledo– hace que vivamos este continuismo con el golpe de estado de Fujimori. Las reglas que impuso la dictadura de 1992 siguen siendo las que rigen la relación entre política y economía en el Perú.

–¿Las reglas que intentó fijar la transición de Paniagua fracasaron?

–Diría que cuando menos se congelaron, y por dos razones: se decide continuar con el orden político fujimorista –Toledo no hace mayor esfuerzo por reformar la Constitución de 1993– y el APRA se “olvida” de restaurar la última Constitución decente que hemos tenido, la de 1979. Manteniendo la misma Constitución y el mismo régimen político, lo que hay es el continuismo que vivimos. En García la traición es incluso más rápida, pues abandona de inmediato su discurso reformista –que resultó un ardid de campaña electoral– y toma un rumbo neoliberal.

Una transición con ruptura

Tu libro llega a nuestros días y casi se podría decir que tus últimos análisis son preelectorales, al mencionar a buena parte de los actores que estarán en la contienda que se avecina.

–Es una tentación en que incurrimos los académicos cuando a la vez somos analistas políticos (ríe). Sin embargo, lo más importante que señalo ahí es que con Paniagua hubo una posibilidad de transición como transacción, o sea reformar la Constitución de 1993 o restaurar la de 1979 por la vía parlamentaria, hacer ajustes al programa económico, etc. Pero la realidad ha demostrado que esto es imposible. La derecha y la centroderecha no quieren ningún cambio a las reglas que lograron con el golpe de 1992, lo que hace que no quede sino la transición como ruptura. No es algo que me agrade decir. Recuerdo nuestra lucha con Gustavo Mohme Llona y otra gente en el año 2000 y antes para llegar a una transición como transacción y lograr programas de consenso. Pero una vez que huyó el dictador, ocurrió que la derecha quiso continuar con las ventajas que había obtenido con él y su gobierno. Por eso creo que solo queda la transición como ruptura para poder establecer un régimen democrático que incluya a todos, porque el actual es solo para algunos. Basta ver el control de casi todos los medios y la opinión unánime que propalan, mientras que encuestas y votaciones demuestran que más de la mitad de los peruanos piensa con otro punto de vista. Es una suerte de “apartheid político” con el cual hay que terminar.

Dos grandes partidos

–Ocurre que la derecha no está dispuesta a volver a pasar el susto que vivió en el 2006, de ahí que califique toda propuesta que se salga del canon neoliberal como “antisistema”.

–Hay dos grandes partidos en el Perú actualmente: un partido neoliberal y otro “antisistema”. El primero hasta ahora cuenta con cinco o seis candidatos, y el partido “antisistema” uno y medio: Humala y Arana, que es casi antisistema. Habrá que ver cómo se desarrollan los acontecimientos.

–¿Cómo ves las posibilidades de Arana, que es un actor que surge en meses recientes?

–Hay que esperar sus definiciones. Por ahora es solo una promesa.

–¿Y Ollanta Humala?

–Es el único que se ha definido, por más que ha conocido algunos retrocesos políticos en los últimos años. La ventaja del partido “antisistema” es que no registra la “tugurización” del neoliberal.

–¿No te parece que Humala ha contado con cinco años para formar un partido sólido –distinto de su lamentable representación parlamentaria– y afinar sus propuestas, y no los ha aprovechado?

–Ese es su problema. Y si quiere tener otra oportunidad va a tener que demostrarle al país lo contrario, y muy rápido. Diría que como máximo el verano de 2010. Es cierto que se extraña de su parte una propuesta orgánica y política más sólida. Si no lo hace, habrá que buscar otras alternativas, pero reitero que el tema de fondo exige una ruptura que termine con el programa económico neoliberal. Sin necesidad de ser anticapitalista –me considero un reformista a estas alturas de mi vida–, creo que hay necesidad de un mercado inclusivo, nacional que le pueda dar verdadero sustento a una democracia. Como ocurre en la mayoría de países que viran a la izquierda en la región.

–Pero se ve en algunos de ellos, sobre todo en los del eje bolivariano, que manejan democracias limitadas, con líderes que se eternizan en el poder y acaban con la alternancia.

–Sí. Un tema fundamental para medir la democracia en estos gobiernos es el de la reelección presidencial. Desde una alternativa de profundización democrática hay que oponernos a la reelección, ya sea de izquierda o de derecha. Es una lástima que haya líderes que deban recurrir a la reelección para afirmar sus procesos. En eso me siento más cercano al Frente Amplio o al PT brasileño, que cumplen las reglas constitucionales, que de experiencias como la de Hugo Chávez.

El futuro de la izquierda

–Volviendo al caso peruano, ¿cómo ves las posibilidades de una izquierda democrática en nuestro país?

–Creo que pasan por una renovación profunda, que la llamada izquierda tradicional no ha podido llevar adelante. En el caso de Humala, hay la reivindicación de la nación –algo que había sido dejado de lado– y que la izquierda debe reivindicar, como lo hacen la mayor parte de los procesos democráticos de la región. El caso paradigmático sería Lula, que con sus maneras reformistas y conciliadoras le ha dado un enorme poder al Estado brasileño y gran presencia internacional. Otro elemento es que el futuro no puede ser una dictadura del proletariado o de un caudillo. Debemos construir una democracia plural, abierta, una democracia así es rechazada tanto por la derecha con su persistencia en el programa neoliberal como alguna izquierda jurásica, que se quedó fuera del tiempo.




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