martes, 9 de febrero de 2010

Los dos días que estremecieron a Wall Street

The Wall Street Journal

02 de febrero de 2010

En un pasaje de su nuevo libro, el ex secretario del Tesoro de EE.UU. Henry Paulson detalla las tensas horas previas a la bancarrota de Lehman Brothers.

Por Henry M. Paulson Jr.

Sábado 13 de septiembre, 2008

A primera hora del sábado, dejé el hotel Waldorf-Astoria en el centro de Manhattan y me subí a un auto que partió raudo por la desierta Park Avenue para llegar al edificio de la Reserva Federal de Nueva York poco después de las siete de la mañana.

Tomamos el ascensor hasta el piso 13, donde Tim Geithner me había conseguido una oficina... Llamé a Ken Lewis (el presidente ejecutivo de Bank of America), quien me informó que después de revisar de cerca las finanzas, su equipo creía que los activos de Lehman estaban en peor estado de lo que habían estimado la tarde anterior. Era cada vez más obvio que, en realidad, no quería comprar Lehman.

Fui a la oficina de Tim para participar en una conferencia telefónica con Barclays a las ocho de la mañana. El presidente de la junta del banco, Marcus Agius, y el presidente ejecutivo, John Varley, estaban en Londres. Mientras, (el director general) Bob Diamond estaba en las oficinas de Barclays en Manhattan. Varley manifestó que estaban trabajando arduamente para alcanzar un posible acuerdo, pero que había grandes preocupaciones acerca de algunos de los activos de Lehman e indicó que Barclays tendría que desprenderse de unos US$52.000 millones en activos.

Le dije a Varley que se concentrara en los problemas mayores, los activos que en su opinión eran más problemáticos, y nos dijera qué era lo que necesitaba para resolver el problema. Si Barclays nos presentaba su mejor oferta ese día, pensamos que podíamos hacer que un consorcio del sector privado financiara cualquier brecha. Mientras hablábamos, los líderes de prácticamente toda la industria financiera se estaban reuniendo en los pisos de abajo de la Fed.

Habíamos programado una reunión con los presidentes ejecutivos de Wall Street para las nueve de la mañana. Justo antes, me llamó Dick Fuld (el presidente de Lehman Brothers). Le informé sobre mi poco prometedora conversación con Lewis y le dije que era más importante que nunca trabajar con Barclays. Estaba muy decepcionado, rayando la incredulidad, acerca de los hallazgos de BofA.

Al hablarles a los presidentes ejecutivos, traté de ser totalmente transparente. "Estamos trabajando intensamente en una transacción, y tenemos que saber cuál es su postura", señalé. "Si hay un agujero de capital, el gobierno no lo puede llenar. ¿Cómo lo solucionamos?".

Sólo puedo imaginar lo que estaba pasando por sus mentes. Me encontraba ante empresarios inteligentes y realistas en una posición difícil. Les estábamos pidiendo que rescataran a un competidor al ayudar a financiar su venta a otro rival.

John Mack (el presidente ejecutivo de Morgan Stanley) quería saber por qué el gobierno no podía orquestar otra transacción asistida, como el rescate de Bear Stearns. Tim descartó la posibilidad. "No es una opción viable", afirmó. Dejó en claro que la Fed no iba a prestar contra los cuestionados activos de Lehman.

Al caer la tarde, los presidentes ejecutivos ya habían acordado apoyar, en principio, una propuesta que permitiría a Barclays dejar atrás un montón de deudas incobrables relacionadas con préstamos de bienes raíces e inversiones de capital privado, y que dejaría sin un centavo a los titulares de acciones comunes y preferentes de Lehman. Para cerrar el negocio, Barclays pretendía que el consorcio de firmas de Wall Street prestara hasta un máximo de US$37.000 millones a un vehículo de propósito especial que conservaría los activos.

Dejé el edificio de la Fed a las nueve de la noche. En ese momento era optimista acerca de las posibilidades de un acuerdo. Anticipé otra noche de desvelo y llegué al hotel exhausto. Me dirigí al baño de mi habitación y saqué un frasco con pastillas para dormir que me habían dado en Washington. Como devoto de la Ciencia Cristiana, no tomo medicinas, pero esa noche necesitaba descansar con desesperación. Me quedé parado bajo la luz del baño, observando la pequeña pastilla en la palma de mi mano. Luego, boté el frasco entero por el inodoro. Decidí que iba a depender de la oración y confiar en un Poder Más Alto.

Domingo 14 de septiembre, 2008

Cuando me quedé dormido albergaba un optimismo moderado acerca de las probabilidades de salvar a Lehman. La oferta de Barclays seguía su curso y Diamond había fijado una reunión de la junta directiva para primera hora de esa mañana en Londres.

Tim habló con Diamond tras la reunión de la junta de Barclays, a las 7:15 de la mañana, hora de Nueva York. Bob le advirtió que Barclays tenía problemas con sus reguladores. Aproximadamente 45 minutos después acudí a la oficina de Tim para dialogar con Diamond y Varley, quien nos informó que la Autoridad de Servicios Financieros de Gran Bretaña (FSA por sus siglas en inglés) se había negado a aprobar el pacto. Pude percibir la frustración en la voz de Diamond.

No lo podíamos entender. Era la primera vez que nos decían que era posible que la FSA no aprobara el acuerdo. Barclays nos había asegurado que mantenía a los reguladores al corriente de las negociaciones. Ahora decían que no entendían la postura de la FSA. A las 10 de la mañana, nos volvimos a reunir con los líderes de la banca y les dijimos que Barclays se había topado con algunos obstáculos regulatorios, pero tenía la firme determinación de superarlos. Los presidentes ejecutivos nos presentaron una hoja con las condiciones de un acuerdo. Acordarían aportar más de US$30.000 millones para salvar a su rival. Si Barclays se comprometía a llegar a un acuerdo, podríamos contar con el financiamiento del sector.

A las 11 de la mañana, volví a mi oficina y me comuniqué por teléfono con Alistair Darling (el ministro de Hacienda británico), que quería que lo pusiera al tanto de lo que pasaba con Lehman. Le conté que nos habíamos quedado atónitos al enterarnos de que el gobierno británico se negaba a aprobar la transacción de Barclays.

Me dejó en claro, sin el rastro de una disculpa en su voz, que no había forma de que Barclays comprara Lehman. No brindó detalles, salvo puntualizar que le estábamos pidiendo al gobierno británico que asumiera un riesgo demasiado alto y que él no estaba dispuesto a que le traspasáramos nuestros problemas a los contribuyentes británicos.

Poco después de la una de la tarde, Tim, Chris Cox (presidente de la Comisión de Bolsa y Valores) y yo volvimos a dirigirnos a los presidentes ejecutivos. Barclays había desistido y no había comprador para Lehman.

"Los británicos nos jodieron", señalé, más presa de la frustración que de la rabia. No me cabe duda de que la FSA tenía muy buenas razones para justificar su postura y habría sido más apropiado y responsable expresar mi sorpresa y desilusión al conocer la decisión del ente regulador británico, pero me traicionó la emoción del momento.

De regreso en mi oficina temporal del piso 13, me invadió súbitamente el miedo mientras pensaba en lo que se avecinaba. Lehman ya había pasado a mejor vida y los problemas de AIG estaban fuera de control. EE.UU. estaba inmerso en una recesión y la quiebra de una institución financiera importante repercutiría en todo el país y mucho más allá de nuestras fronteras. Salir de un desastre de estas proporciones demoraría años.

Durante todo el fin de semana me había puesto mi armadura de crisis, pero ahora sentí que bajaba la guardia. Sabía que tenía que llamar a mi esposa... Caminé a un rincón cerca de unas ventanas. Wendy acababa de regresar de la iglesia. Le dije que la quiebra de Lehman era inevitable y que AIG estaba en aprietos. "¿Qué pasa si el sistema colapsa?" le pregunté. "Todos me están mirando y no tengo la respuesta. Tengo mucho miedo".

Le pedí que rezara por mí y por el país, y que me ayudara a confrontar el temor que me invadía. De inmediato, recurrió a una cita del Segundo Libro de Timoteo, versículo 1:7: "Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio".


—Adaptado del libro "On the Brink: Inside the Race to Stop the Collapse of the Global Financial System" (algo así como "Al borde: Al interior de la carrera por detener el colapso del sistema financiero") de Henry M. Paulson Jr. De momento, no hay planes para que el libro se publique en español.

No hay comentarios:

Publicar un comentario